BIENVENIDOS!!!!!

La TRaNCa vuelve al ruedo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Después de casi 3 años de andar por otros rumbos y tierras...
FOLKLORE ARGENTO DE PROYECCIÓN

En vivo

En vivo
En la mula podés encontrar lo que hacemos: Argentina folklore la tranca
Aprende a tocar nuestros temas en: LaCuerda.net: Acordes para Guitarra
ACTUACIONES DE LA TRANCA
El viernes 20 de junio festejamos el dia de la Bandera juntos en La Yapa, Maipu 1186, a partir de las 22 hs. En la previa se presentara nuestro amigo Beto Dominguez con su grupo, para dejarnos algunas de sus composiciones.
Sábado 10 de Noviembre.
Gran Festival peñero gran!.
Horario: 23 hs.
Ubicación: Acebal. Provincia de Santa Fe.
Viernes 09 de Noviembre de 2007.
Peña La Yapa.
Hora: 22.
Dirección: Maipú entre Mendoza y San Juan.
Rosario
Sábado 03 de Noviembre de 2007
Escuela Eempa de Alvear, provincia de Santa Fe.
23 horas

Historia de La TRaNCa

A principios de 1990, Horacio Davoli y Ruben Calonge formaron el dúo PROYECCIÓN DOS, con el cual hicieron múltiples presentaciones. Luego de cinco años deciden experimentar distintos estilos, pero esta vez individualmente. A principio de 1998 vuelven a juntarse para conformar un grupo con un estilo musical diferente. Convocan para ello a Gabriel Bravo (bajo) y a Leandro Calonge (batería). Logran así conformar una banda con un estilo musical muy particular, mezclando letras folclóricas con ritmos no tan folclóricos. A principios del 99’, se incorporan a la banda Walter Paoluzzi (guitarra eléctrica y acordeón) y Fabián Núñez (batería) reemplazando a Leandro. Ya con el grupo casi formado, inician una serie de presentaciones por el circuito folclórico nacional. A fines de marzo del 99’, comienzan a grabar en los estudios AUDISET su primer CD. “TRANQUERIZANTE”, de producción independiente, culminándolo en el mes de junio. El 16 de junio del 2000, presentan “TRANQUERIZANTE” en el CINE TEATRO LUMIERE, de la ciudad de ROSARIO. Ofreciendo en esta oportunidad el primero de sus espectáculos multimedia, mostrando esa noche un despliegue de tecnología no acostumbrada en el folclore por esos tiempos, (pantallas gigantes, videos interactuados, fuegos artificiales en frío, bailarines y el ingreso de una batucada de 30 integrantes en el tema MURGUITA DE VILLA BANANA. En el verano 2000/2001, se presentan en el ciclo “ROSARIO BAJO LAS ESTRELLAS” organizado por la Municipalidad de Rosario en el Anfiteatro Municipal, compartiendo escenario con la Sra. ROXANA CARABAJAL. A fines del 2001, se incorpora al grupo Ariel Carraud, en guitarra base y coros. Quedando asi conformada la banda que se presenta en los shows hasta este momento. Habiendo participado de innumerables festivales, a principios del 2003, el grupo decide grabar su segundo trabajo discográfico, haciéndolo el día 14 de noviembre en una presentación realizada en el TEATRO MATEO BOOZ, titulándolo La TRaNCa-ATRANCADOS-en vivo.
En 2004 Ariel Carraud se aleja del grupo, reemplazándolo el guitarrista y compositor Héctor Domínguez, quien tambíen hará coros junto a Gabriel Bravo. También el batero-percusionista Fabián Nuñez es reemplazado por Ezequiel Grau.
Se realizan varias presentaciones en peñas y festivales de Rosario y alrededores, siendo ampliamente aceptada la propuesta por el público. A mediados de Septiembre de dicho año se realiza una presentación en la Fiesta de Colectividades de la ciudad de Oberá (Misiones), recibiendo la ovación consagratoria de la banda en dicho festival.
El 19 de Noviembre La TRaNCa realiza un espéctáculo multimedia en Rosario titulado Com Caia (somos hermanos en mocoví) destinado a la reivindicación de los Pueblos Originarios Latinoamericanos. El mismo contó con la presencia del Ballet de Villa Diego, el actor de la Escuela de Teatro de la ciudad de Rosario Adrián La Scala, dos parejas de baile (Juan Manuel Martinelli e Ileana Pilon de Funes, y Rita-Víctor de Villa Gobernador Gálvez), mini Feria de Artesanos y efectos visuales en pantalla gigante. La crítica fue sumamente favorable con respecto al evento.
2005 y 2006 son años de impase para el grupo, ya que debido a necesidades económicas los miembros buscan otras formas de subsistir en un país que poco muestra de reactivación, por lo menos para los sectores medio-bajos, entre los cuales los integrantes se podrían incluir. Dentro de este contexto Rubén Calonge emigra a España por cuestiones laborales.
Volviendo a fines del 2006, propone rearmar el grupo lo cual se realiza prestamente. Vuelven a la formación Fabián en batería-percusión y Ariel Carraud en Guitarra base y coros.
A principios de Febrero de 2007 La TRaNCa se consagra ganadora del Festival de Peyrano (Santa Fe) en su edición correspondiente, en el rubro conjunto instrumental. Entre Marzo y Agosto Cristian Grieco reemplaza en guitarra a Ariel Carraud. A partir de allí ocupa el puesto de guitarra base César Montero.
En Septiembre participa del Festival Internacional de Danzas y Costumbres Folklóricas del Noroeste en la ciudad de Salta, actuando además en el Canal 11 (Telefé) de dicha ciudad.
Actualmente La TRaNCa continúa su trajinar luchando por no ser un excluído mas, para a la vez no ser como diría Sartre, parte de la nada. En este sentido, construir desde la libertad que nos otorga Ser, una identidad que trascienda rótulos y modelos (entre los cuales podría incluirse el de Folklore) es uno de los objetivos prioritarios de La TRaNCa.
Como diría Foucault... ¿Para qué pintaría un pintor sino para ser transformado por su propio trabajo?

Rubén Calonge (Voz Aerófonos)

Rubén Calonge (Voz Aerófonos)

César Montero (guitarra)

César Montero (guitarra)

Gabriel Bravo (Bajo)

Gabriel Bravo (Bajo)

Walter Paoluzzi (Guitarra eléctrica y Acordeón)

Walter Paoluzzi (Guitarra eléctrica y Acordeón)

Horacio Davoli (Teclados)

Horacio Davoli (Teclados)

Fabián Nuñez (Batería)

Fabián Nuñez (Batería)

Peña La TRaNCa

Peña La TRaNCa



Show en Oberá

Show en Oberá


domingo, 18 de marzo de 2007

Campañas de sometimiento al indígena en Patagonia y Chaco argentino


Entradas donde mostramos información de una temática que trasciende al artísta y sobre la cual sentimos un profundo compromiso: El habitante originario de estos territorios

1 comentario:

ARTE DIGITAL dijo...

LAS CAMPAÑAS DE SOMETIMIENTO AL INDÍGENA EN PATAGONIA Y GRAN CHACO
La llamada por el gobierno nacional “Conquista del desierto”, tuvo como objetivo la definitiva consolidación del territorio en manos del poder central argentino y la puesta a producir de las tierras en forma capitalista, a expensas del despojo y exterminio del indígena y de su forma de vida y cultura.

En 1874, cuando Nicolás Avellaneda asumió la presidencia, tanto el Gobierno como la oposición eran conscientes de que la solución al llamado "problema del indio" y de la frontera sur no podía demorarse. El planteo de Avellaneda y Adolfo Alsina, su ministro de Guerra, significó un cambio cualitativo en el tratamiento de la cuestión indígena por parte de los gobiernos. Había razones de tipo económico, pero también otras ligadas a la soberanía sobre los territorios australes y a la imagen que la clase dirigente tenía del indio y del "desierto".
Como dijo el Gobierno, "la cuestión de fronteras es la primera cuestión para todos y hablamos incesantemente de ella aunque no la nombremos". Para resolverla propugnó, no ya la táctica de lanzar expediciones contra las tolderías, sino la ocupación directa del territorio indígena.
En 1878 el gobierno nacional decidió poner fin al "problema del indio". Fue una operación militar de "limpieza" al servicio de un objetivo económico -ampliar las tierras cultivables- y también político: reafirmar la soberanía argentina en el territorio patagónico. Con su secuela de exterminio, el fusil impuso el progreso.
La conquista del desierto significó la incorporación de unos 605.000 km2 de tierra a la producción. Fue la base del proyecto agro exportador que al poco tiempo impulsaría el desarrollo del país. En 1884 se promulgó una ley que otorgaba a los soldados parte de estas tierras. Era el premio a su participación en la campaña contra el indio. Sin embargo, pronto fueron vendidas, hecho que abrió paso a la consolidación de una estructura de grandes propiedades. La ocupación militar del Sur también garantizó el dominio del Estado argentino sobre estos territorios. En el tratado de 1881, Chile, que también tenía pretensiones sobre estas tierras, se vio obligado a aceptar el hecho consumado de la ocupación argentina.

Una guerra moderna y una táctica ofensiva
Luego de la muerte de Alsina a fines de 1877 Julio Argentino Roca se hizo cargo de la cartera de Guerra. El nuevo ministro era un implacable crítico de la estrategia defensiva frente al indio sustentada hasta entonces por su antecesor a través de la llamada “zanja de Alsina”. Fue un cambio radical en la estrategia -se dio prioridad a una táctica ofensiva- y en la mirada respecto del indígena, que pasó a ser considerado como un enemigo. El objetivo planteado -la ocupación del "desierto"- se cumplió. Inmediatamente después de ser aprobado el nuevo plan de acción por el Congreso, se desató una fuerte ofensiva y se enviaron numerosas expediciones, formadas por partidas ligeras. En la primavera de 1878, éstas partieron de sus bases a lo largo de la línea de frontera, desde Mendoza a Bahía Blanca, y llegaron al centro mismo del territorio indio, dando golpes pequeños pero continuados, verdaderos "contramalones" que sembraron el terror y el desconcierto entre los indígenas, quebraron su moral y terminaron por desarticular todo su poder. Las tropas de Roca, muy superiores al enemigo que enfrentaban, contaban con los modernos fusiles rémington, se trasladaban en tren y se comunicaban por telégrafo. También formaron parte de la expedición topógrafos, ingenieros, periodistas y fotógrafos.
En pequeños grupos, en dirección a los pasos salvadores de la Cordillera, el indio se vio obligado a huir, dejando tras de sí un reguero de lanceros muertos y de ancianos, mujeres y niños prisioneros.
La campaña se completó al año siguiente con la marcha triunfal del ministro de Guerra que, al frente del ejército expedicionario, enarboló la enseña nacional en las márgenes del río Negro, el 25 de mayo de 1879. Con ello se simbolizó la ocupación efectiva de la Patagonia.
La declinación del poderío indígena ya era evidente en los años anteriores, a partir de la desaparición de Calfucurá y de los reveses sufridos por su hijo y sucesor, Namuncurá. Poco más de seis meses necesitaron las tropas nacionales para apropiarse de 20.000 leguas de tierra virgen, desalojar a sus antiguos moradores y terminar así con un antiguo problema.
La tarea definitiva de ocupación de la Patagonia concluyó tiempo después, con las expediciones llevadas a cabo por el general Conrado E. Villegas al lago Nahuel Huapi, en 1881, y a los Andes, al año siguiente. Finalmente, las campañas ordenadas por el general Lorenzo Vintter, gobernador de la Patagonia, en 1884 y 1885, terminaron con el apresamiento y cautiverio de los jefes indios Inacayal y Foyel y el definitivo sometimiento del cacique del "país de las manzanas", Valentín Sayhueque, último soberano araucano en aceptar las leyes y la autoridad del Estado argentino. En definitiva la "Campaña del Desierto" tuvo consecuencias significativas respecto de la cuestión indígena. La exitosa estrategia elegida significó la desaparición de las fronteras interiores en el sur del país y la ocupación efectiva del territorio.

Indios y blancos: más de tres siglos de lucha
Desde tiempos de la Conquista las tribus indígenas de la pampa y el Chaco habían resistido el avance de los blancos. Distintas concepciones culturales y el desconocimiento mutuo de derechos hicieron esta lucha particularmente difícil. Generación tras generación se revivía el enfrentamiento.
Los indígenas trataban de preservar no sólo su territorio sino sus formas de vida; se oponían al avance del blanco y hostilizaban poblados y estancias. Sus ataques, llamados malones recrudecían en tiempos de escasez; asolaban los territorios del blanco, disputándole vacunos y caballadas, que les resultaban indispensables para sobrevivir y comerciar con Chile.
El blanco, convencido de los beneficios de la civilización, consideraba al indio un obstáculo para el progreso del país. Sostenía sus derechos sobre todo el territorio; llamaba a la zona dominada por el indio desierto, porque carecía de población blanca. Los planes de mejorar la situación del indio, elaborados por los hombres de la revolución fueron dejados de lado; se impusieron otros que preveían la ocupación del desierto y la sustitución del indio por inmigrantes europeos.

Las fronteras interiores
Una verdadera frontera interior dividía la República: la línea de fortines, que cruzaba el territorio desde el fuerte San Carlos en Mendoza hasta la Fortaleza Protectora Argentina (Bahía Blanca), en el sur de la provincia de Buenos Aires.
Al este y norte de esta línea se extendían las estancias y poblados del blanco; al oeste y sur estaba el desierto, donde se desenvolvía la vida de las tribus nómades. Según las circunstancias climáticas y las conveniencias comerciales o políticas las tribus se establecían en tolderías, rodeadas por sus ganados, o bien se movilizaban entre nuestro país y Chile.
En el norte, el problema del enfrentamiento con el indio, en la región chaqueña, alcanzaba las provincias de Salta, Santiago del Estero y el norte de Santa Fe.
La táctica defensiva se basaba en los fortines, construcciones elementales de adobe, rodeadas de fosos y empalizada de madera, protegidas por fuerzas escasas, mal pertrechadas y alimentadas, que debían evitar el paso de los malones. El sistema, costoso e ineficaz, afectaba considerablemente la vida de hombres destinados a ese servicio y era permanentemente burlado por los indios.
Otro método empleado para detener a los malones fueron los acuerdos, que iban acompañados por la entrega de subsidios en especie: ganado, tabaco, alcohol, yerba, azúcar.

La Incorporación de nuevas tierras para la producción.
En la segunda mitad del siglo XIX, había en Argentina grandes extensiones de tierra improductiva, junto con otras pertenecientes a los indígenas.
El gobierno y los principales propietarios de tierras coincidían en la necesidad de acabar con los ataques indígenas a las propiedades e incorporar sus territorios a la producción agrícola y ganadera (criolla). Sucedía que el indígena no tenía conocimiento del significado de “propiedad privada”, o sea de la capacidad de privar a otros de algún bien o recurso natural. La tierra alambrada y con dueños en propiedad privada limitaba cada vez mas los movimientos de las comunidades y sus posibilidades de alimentación, la cual se basaba primordialmente en la caza de animales.
Con este objetivo, durante la presidencia de N. Avellaneda (1874-1880), se organizó una expedición a lo que se denominaba “desierto", aun cuando en él habitaban cientos de miles de personas. La campaña militar culminó cuatro años después con la victoria de las fuerzas estatales.
La mayor parte de las nuevas tierras pasaron a ser propiedad de estancieros de la provincia de Buenos Aires; otras fueron rematadas, otorgadas como garantía de préstamos recibidos por el gobierno o utilizadas para pagar los servicios prestados por los militares de alto rango.

La “conquista del desierto” poblado de indígenas: una empresa del estado
Producida la unión definitiva del país en 1862, la ley 215 (13 de agosto de 1867), ordenó llevar las fronteras interiores hasta los ríos Neuquén y Negro, pero la Guerra del Paraguay impidió la campaña.
A fines de la década del '60 y principios de la del 70, resurgió con fuerza la preocupación por la situación de las fronteras interiores, en particular las del sur y el sudoeste. Esa preocupación y la búsqueda de una solución definitiva al problema con el indio respondían a varios motivos. Por una parte, se había renovado el interés por incorporar nuevas tierras a la explotación ganadera, actividad que encontraba resistencia en la mayoría de la población indígena de la región. Por otra parte, los malones indígenas se habían incrementado en esos años y, debido a la concentración del esfuerzo bélico en los conflictos internos y en la Guerra del Paraguay, los pueblos de frontera tenían escasos recursos para hacerles frente.
Además de tomar numerosos cautivos que eran llevados a las tolderías, los malones indígenas se organizaban, fundamentalmente, para robar ganado. Según algunas estimaciones de 1872, las pérdidas en la frontera bonaerense alcanzaban un promedio anual de 200.000 vacunos, 40.000 ovinos y otros tantos yeguarizos, aunque es probable que esas cifras hayan sido exageradas por los sectores ganaderos -representados en la Sociedad Rural-, para presionar al gobierno nacional.
El interés por ocupar el territorio se había incrementado también por la creciente desconfianza del gobierno argentino con respecto a las pretensiones chilenas sobre la Patagonia, a lo que se sumaba al hecho de que parte del ganado obtenido por los indígenas era vendido en el sur de Chile. Asimismo, la situación de inseguridad en los pueblos de frontera creaba un-clima poco propicio para el fomento de la inmigración.
Para el poder central "suprimir la frontera interior" significaba, entonces, extender la soberanía estatal sobre el territorio hasta los límites políticos, someter a la población indígena, ocupar la zona con población blanca y afectarla a la producción. Así se lo expresaba en abril de 1875 el presidente Avellaneda a Adolfo Alsina, ministro de Guerra y Marina, en respuesta a su proyecto de extender la frontera hacia el sur:
"Por mi parte le prometo todas mis fuerzas para completar la acción militar favoreciendo la división de la tierra, la radicación de inmigrantes, para que la agricultura y la ganadería combinadas realicen el destino económico de nuestro país, de modo a ser el granero del mundo [...] Le prometo también [...] que no le han de faltar recursos para sostener y empujar el avance."
Antes de iniciarse las operaciones comandadas por Alsina, en septiembre de 1875, ya se estaban explorando terrenos próximos a la frontera. En una carta al comandante militar de Bahía Blanca, el cacique araucano Manuel Namuncurá expresaba la desconfianza y el estado de alerta de los indígenas frente a la política de expansión. Namuncurá prevenía:
"He soñado que los cristianos me quitaban un campo, sí en caso estos campos que defiendo me los sacan entonces me someteré entre los cristianos y haré grandes daños y sabremos quién podrá más [,,.]".
El plan de Alsina era avanzar progresivamente, consolidando el terreno conquistado, hasta llegar finalmente al río Negro. Al presentar el proyecto al Congreso Nacional, en agosto de 1875, para obtener fondos para la expedición, el Poder Ejecutivo expuso con claridad algunos de los objetivos:
"Si la industria pastoril se conserva hoy estacionaria, sí no toma vuelo y ensanche hasta producir lo bastante para cubrir la importación, no es por falta de mercados [...]. Es que los campos al interior de las líneas de fronteras están cansados o recargados y se necesitan otros, en que las haciendas estén desahogadas y sobre todo que no representen un capital crecido [...]. El río Negro, pues, debe ser no la primera, sino [...] la línea final en esta cruzada contra la barbarie, hasta conseguir que los moradores del desierto acepten, por el rigor o por la templanza, los beneficios que la civilización les ofrece."
Entre 1876 y 1877, se llevó a cabo la primera etapa de conquista de 2.000 leguas. Ésta se complementó con la fundación de pueblos y fortines, la extensión de líneas telegráficas hasta las comandancias de frontera, y tareas de exploración, además de la recuperación de parte del ganado sustraído. La estrategia de Alsina, eminentemente defensiva, incluyó la construcción de un foso de casi 400 kilómetros de extensión que, uniendo los fuertes de avanzada, debía servir de barrera para contener los malones. No obstante, resultó poco eficaz y las incursiones se reiteraron.
Ya en 1878, antes de iniciarse la campaña de Roca, se advertían los resultados obtenidos por los jefes de frontera y el papel asignado al indio. Como lo hacía constar el presidente Avellaneda en un informe de ese año al Congreso:
"Es un excelente soldado y ha entrado a llenar el cuadro de nuestros batallones [...]. El indio es apto para todos los trabajos físicos, y la provincia de Tucumán ha empleado 500 en sus ingenios de azúcar y en sus obrajes. Las mujeres y los niños han sido distribuidos por la Sociedad de Beneficencia entre las familias [...]".

El modelo del desprecio
Hacia fines de la década de 1870, los intentos de algunos sectores de la sociedad nacional por lograr un vínculo pacífico con las comunidades indígenas, van cediendo ante la presión cada vez más fuerte de la otra corriente, la que detenta el poder, que quiere el exterminio liso y llano. Es la que hace suya la ideología del progreso, del orden y de la superioridad de unos hombres sobre otros.
Los unos son ellos, los otros los indígenas. También en su momento lo habían sido los gauchos. O los negros. Los "otros" son aquellos que no participan de las pautas culturales que vienen desde Europa o Estados Unidos, los centros "blancos" que dominan al resto del mundo, que además no es blanco.
No ser blanco es ser inferior. El hombre blanco es superior, porque trae los ferrocarriles, los telégrafos, los Remington, trae la civilización. El hombre de otra, piel no tiene nada de ello.
El hombre blanco tiene cosas, posee. El hombre de otra piel no tiene nada, no crea nada y por lo tanto no es nada. El hombre blanco desprecia entonces al hombre de otra piel. Esta actitud es todo un modelo social, cultural y económico. Un modelo del desprecio que triunfó en nuestro país y que se apoyó en la violencia, la que se abatió cruel sobre las comunidades indígenas libres.

El general Roca, símbolo de la "solución final"
Alsina murió a fines de 1877 y le sucedió en el cargo de Ministro de Guerra el general Julio Argentino Roca, que se convirtió en el arquetipo de la "solución final" al "problema" indígena, defensor de la guerra ofensiva sin concesiones. Desde hacía tiempo venía proponiendo un plan de conquista mucho más agresivo. Su estrategia consistía en realizar una campaña ofensiva en gran escala, destinada a impedir que los indígenas se reagruparan, penetrar a fondo el territorio indio, y aniquilar a las comunidades o bien empujarlas más allá del río Negro. Según sus propias palabras, se trataba de "ir directamente a buscar al indio a su guarida, para someterlo o expulsarlo", objetivo que debía cumplirse en tres meses. Estos objetivos fueron presentados al Congreso de la Nación, acompañados de un proyecto de ley en agosto de 1878. En el discurso que pronunció Roca en el Congreso en esa ocasión calificó a los indios de bárbaros, salvajes y bandoleros.
Roca se había opuesto desde el principio a la zanja de Alsina, pues creía que era un recurso defensivo que demoraba la superación del conflicto.
Durante todo el año 1878 y parte de 1879, Roca dirigió una ofensiva preliminar con pequeños contingentes de desplazamiento rápido, a fin de ir desgastando a los indígenas y a recuperar ganado y cautivos mientras preparaba la expedición final.
En enero de 1878, el coronel Levalle atacó a Namúncurá en sus toldos de Chiloé provocándole doscientos muertos; en octubre repitió la maniobra, y los indios perdieron a casi treinta guerreros. En noviembre, Juan José Catriel se entregaba prisionero en Fuerte Argentino, con más de quinientos hombres.
El retroceso indígena empezaba a hacerse indudable y las pérdidas aumentaban en cantidad y calidad: en noviembre, fue sorprendido y capturado el cacique Pincén, junto a veinte de sus mejores hombres. Un alivio generalizado se extendió por Buenos Aires al conocerse la caída del cacique más rebelde, quien fue trasladado a la isla Martín García como prisionero.
Roca descubrió que el modo más eficaz de desmoralizar a los indios era capturar a sus grandes caciques. Después de Catriel y Pincén, fue el turno de Epumer, que cayó prisionero en Leuvucó ese mes de diciembre. También se perseguía tenazmente a Namuncurá, que en marchas forzadas consiguió eludir las sucesivas trampas que le tendieron. Pero no pudo impedir los ataques a sus tolderías, donde los indígenas morían por centenares. Lo mismo sucedió con las bandas de Pincén, perseguidas sin respiro. En 1879 cayó en una batalla el cacique Lemor.
El plan de desgaste tuvo resultados favorables para Roca; Epumer, Pincén y Catriel, tres de los máximos caciques, estaban prisioneros; 400 indígenas habían muerto; otros 4.000 capturados; 150 cautivos rescatados. Las comunidades libres de Pampa y Patagonia se hallaban ahora debilitadas y se preparaban a recibir el asalto final. Namuncurá y Baigorria, libres aún, eran la vanguardia de las ya frágiles líneas de defensa indígenas. Más al sur, Sayhueque y los tehuelches eran la retaguardia que también se preparaba a luchar, presintiendo que sus anhelos de paz se deshacían como barro.

Pampa y Patagonia arrasadas: La “Conquista del desierto”
La llamada "Conquista del Desierto" fue el último eslabón de una paulatina campaña de exterminio y desintegración cultural que, salvo excepciones, se estaba llevando a cabo sistemáticamente desde hacía más de medio siglo.
Lo más conocido de esta "Conquista" es la acción conducida por Roca entre abril y mayo de 1879; es lo que pasó "a la historia". Sin embargo, fue sólo la primera etapa. La segunda, las acciones finales, se llevaron a cabo entre marzo de 1881 y enero de 1885, cuando cayó Sayhueque, el último de los grandes caciques de los territorios libres de Patagonia.

Primera etapa: dos meses furibundos (1879-81)
En abril de 1879, se iniciaron las operaciones comandadas por Roca, apoyadas en el empleo de armamento moderno -fusiles Remington-, el trazado del ferrocarril -hasta Azul- y el telégrafo. La expedición fue acompañada por ingenieros, topógrafos, marinos, periodistas y fotógrafos, para relevar diferentes aspectos de la región y de la campaña militar.
Se ponía en marcha la más grande expedición llevada a cabo contra los indígenas: 6.000 soldados equipados con la última palabra en armamento. La primera división, con casi 2.000 hombres (105 eran soldados indígenas), al mando personal de Roca, partió desde Carhué el 29 de abril de 1879 y en mayo ocupaba Choele Choel, lugar clave para los indios, que ya no serviría como lugar de paso de los arreos de ganado hacia Chile. Roca estableció allí el cuartel general. Desde allí prosiguieron las operaciones hacia los valles cordilleranos, para completar el plan.

La segunda división, al mando del coronel Levalle tenía por objetivo el paraje Trauru-Lanquen en el actual partido de General Acha en La Pampa. Llevaba 450 soldados de los cuales 125 eran indios del cacique Tripailao. Entre las acciones más destacadas pueden mencionarse el ataque a parte de las bandas de Namuncurá, donde murieron los capitanejos Agneer y Querenal.
La tercera división a cargo del coronel Racedo contaba con 1.352 hombres y se dirigía a Poitahué. Integraban la columna 246 soldados al mando de Cuyapán y Simón Cotiqueo así como también un escuadrón de ranqueles. Racedo persiguió a Baigorrita, y aunque no pudo capturarlo, le tomó prisioneros a 500 indios.La cuarta división al mando del teniente coronel Uriburu partió desde Mendoza con destino a la confluencia de los ríos Limay y Neuquén, arrasando a su paso con tehuelches, araucanos y los diezmados ranqueles. La resistencia indígena frente a la profunda embestida de las fuerzas nacionales se hizo desesperada. El cerco sobre Baigorrita se fue estrechando hasta que después de una resistencia heroica cayó muerto en combate junto a cinco de sus guerreros. Esta división obtuvo un resultado de mil ranqueles muertos (entre combates y pestes) y 700 prisioneros, muchos de ellos caídos por la desmoralización ante la muerte de Baigorrita.
La quinta división, al mando del teniente coronel Lagos, partió desde Trenque Lauquen, y tomó 629 prisioneros, entre los que se contaron caciques y capitanejos.
Los resultados de este primer ataque a fondo fueron: la ocupación de la llanura hasta más allá de los ríos Negro y Neuquén; la creación de numerosas fortificaciones; la recuperación de 500 cautivos; y lo principal, diezmaron a las comunidades indígenas. Hacia 1880 se habían conquistado para el gobierno nacional 15.000 leguas.
De acuerdo con la Memoria del Departamento de Guerra y Marina de 1879 los resultados en este último aspecto fueron los siguientes:
5 caciques principales prisioneros
1 cacique principal muerto (Baigorrita)
1.271 indios de lanza prisioneros
1.313 indios de lanza muertos
10.513 indios de chusma prisioneros (así se los denominaba a ancianos, mujeres y niños);
1.049 indios reducidos
En total, los indígenas tuvieron 14.152 bajas. Un récord que alegró a Buenos Aires y que ensombreció los rostros duros de los últimos caciques, empujados cada vez más hacia el sur, en una frontera que ahora se extendía sobre los ríos Neuquén y Negro.
Pese a este panorama, y a algunas bajas más (como la captura del cacique Purrán en 1880) los indios siguieron peleando con sus últimas fuerzas: varios malones cayeron sobre localidades fronterizas de Mendoza, Neuquén, Córdoba, San Luis y Buenos Aires; el 19 de enero de 1881, unos 300 araucanos armados con Winchesters atacaron fortín Guanacos matando a 30 de sus ocupantes; y en agosto, en medio de una campaña "punitiva" fueron muertos 16 soldados del Regimiento 1° de Caballería. El general Roca, que ahora era presidente de la Nación, decidió reiniciar las operaciones.

Segunda etapa: caída de los últimos baluartes (1881-85)
A principios de 1881 se dispuso la movilización de casi dos mil soldados. El objetivo era la captura de Saihueque y Reuque-Curá, pero se mantuvo gran cantidad de enfrentamientos, con su secuela de indios muertos y tolderías destruidas. Se combatió hasta las inmediaciones del lago Nahuel Huapi (Bariloche).
Los caciques, lejos de rendirse, lanzaron la famosa consigna "es preferible morir peleando que vivir como esclavos". El 16 de enero de 1882 atacaron el fuerte General Roca con más de mil guerreros pero fueron rechazados. El capitán Gómez, jefe de la guarnición, juntó los cadáveres y les prendió fuego. El 20 de agosto los ranqueles mataron a veinte soldados en Cochicó, La Pampa.
Pero eran los últimos ataques de una resistencia que se deshacía: dispuestas a vender cara la derrota, las comunidades indígenas libres se preparaban a recibir una nueva campaña, ahora al frente del general Villegas con más de mil cuatrocientos hombres, divididos en tres brigadas.
La primera brigada provocó la muerte de 120 indios, la captura de 448; y la "presentación" (rendición) de otros 100.
La segunda brigada persiguió a Namuncurá, Ñancucheo y Reuque-Curá. Los dos primeros lograron escapar, no así Reuque, que cayó prisionero. La persecución dejó como saldo cien indios muertos y setecientos prisioneros.
La tercera brigada se lanzó sobre Sayhueque, con resultado negativo, pero 143 indios muertos y 500 prisioneros debilitaron su poder.
La campaña de Villegas de 1882 expandió la frontera a toda la provincia de Neuquén, defendida por quince nuevos fortines y fuertes; 364 indígenas habían resultado muertos y más de 1.700 prisioneros.
El 24 de marzo de 1884, extenuado, Namuncurá se rendía con 331 de sus hombres. Hacia la misma época el gobernador de la Patagonia, general Vintter, dispuso un ataque final contra Sayhueque e Inacayal. Los caciques se prepararon para el combate final. El sueño de ser libres se terminaba, pero intentaron organizar unidos la última defensa.
Muchos guerreros de Inacayal estaban armados con carabinas y fusiles Martiny-Henry; pero no alcanzó, en distintos combates murieron los caciques Queupo, Meliqueo, Manquepu y Niculmán y el 18 de octubre se libró la que se considera la última batalla: Inacayal y Foyel fueron derrotados por el teniente Insay, perdieron 301 hombres y cayeron ellos mismos prisioneros.
Definitivamente solo, agotado por la huida permanente, abatido por la creciente desmoralización de sus fuerzas, Sayhueque se rindió el 1° de enero de 1885, presentándose con 700 guerreros y 2.500 indios "de chusma" en el fuerte "Junín de los Andes".
Todo había terminado. El suplicio de tener que soportar una persecución despiadada e incesante tocaba a su fin. El gran Sayhueque, el último de los irreductibles, cansado, hambriento, aterido, infinitamente triste en su derrota, es el símbolo del último capítulo del drama de los indios resistiendo al conquistador del "desierto". Ese desierto que los indios se habían encargado por miles de años de llenar de vida.
El exterminio de las comunidades indígenas libres de Pampa y Patagonia había concluido. En el período 1878-1884 murieron unos 2.500 indígenas, condición necesaria para consumar la obra posterior: el despojo de la tierra, la división política de los territorios ocupados, la transformación económica y el reemplazo de la población original por los colonos blancos.

El fin de los grandes cacicazgos, el despojo de la tierra y la desintegración cultural
Así como las poderosas jefaturas fueron un factor decisivo en la consolidación de los araucanos en Pampa y Patagonia, la desaparición de las mismas tuvo mucho que ver en la derrota y desintegración cultural de las comunidades libres.
El cacique era el aglutinador de comunidades, guía indiscutido en las campañas bélicas o sabio conductor de la cotidianeidad. Y en una guerra sin cuartel como la que se libraba desde hacía años, la eliminación de esos jefes por parte del bando oponente significaba un avance notable hacia la victoria.
Así lo entendieron quienes desde los poderes centrales de la Nación vislumbran que golpear a esos hombres idolatrados, equivalía a una desmoralización que es la antesala de su derrota.
En sesenta años (1827-1885) los principales caciques son objeto de una persecución sistemática, muriendo la gran mayoría de ellos en forma violenta.
Para los indios la tierra es la vida. Y la tierra, como todas las cosas que ellos conocen, valoran y aman, es sagrada. Es mucho más que la posesión de un territorio.
La "Conquista del Desierto" fue un despojo de la tierra, porque era propiedad legítima de las comunidades originarias. Sólo el uso de la fuerza pudo consumar el despojo. No hay justificativos. Ni siquiera la necesidad del Estado argentino de alcanzar su constitución jurídica definitiva.
Los indios no sólo perdieron la tierra. Ingresaron de lleno en la desintegración cultural, provocada por un conjunto de factores, todos consecuencia de la "Conquista del Desierto": el exterminio; la prisión; el confinamiento en "colonias"; los traslados a lugares extraños y distantes de su tierra natal; la incorporación forzada de nuevos hábitos y/o formas de vida; la supresión compulsiva de las costumbres tradicionales; el desmembramiento de las familias; las epidemias.
Qué sucedía con las mujeres y niños?
Los nativos sobrevivientes, en general mujeres y niños eran trasladados a pie (recorriendo en ocasiones miles de kilómetros) al puerto de Carmen de Patagones (Bs As) y desde allí en barcos al puerto de Buenos Aires, donde se los alojaba en el hotel de inmigrantes para que la Sociedad de Beneficencia los vendiera a las familias ricas de las provincias.

Campañas al Chaco
Mientras las comunidades de Pampa y Patagonia sufrían un ataque tras otro y perdían la libertad a pesar de su tenaz resistencia, el Chaco esperaba su hora. Entre 1848 y 1870, las comunidades guaikurúes (tobas, mocovíes, abipones) y mataco-mataguayas mantuvieron libres sus territorios mientras las fuerzas nacionales consolidaban las fronteras, firmando tratados, y, cuando podían, haciéndoles la guerra.

Entre obrajes, batallas y penurias (1870- 1900)
Finalizada la guerra con el Paraguay (1870) la atención del gobierno Nación se volvió otra vez sobre el Chaco y comenzarán a realizarse expediciones para debilitar a los guaikurúes. La primera, en abril de 1870, partió al mando del coronel Uriburu con 250 hombres. Logró negociar con algunos caciques para que no atacaran los poblados fronterizos, así como también revisó las condiciones de trabajo de los indios sometidos en los obrajes. Pese a las mejoras, estas condiciones siguieron siendo deplorables. De todos modos, eran pocos los indios con que se podía contar para las nuevas actividades económicas de la región (como por ejemplo la explotación de recursos forestales), porque la mayoría seguía en la resistencia.
Entre 1872 y 1874 los tobas atacaron varias veces a las fuerzas nacionales.
Una segunda expedición, esta vez al mando del coronel Manuel Obligado, partió de Resistencia en agosto de 1879, con más de 120 hombres para desalentar los intentos de Cambá y Juanelrai (a) "el inglés", dos de los máximos caciques tobas que planeaban atacar Resistencia. En permanentes escaramuzas ambos bandos perdieron muchos hombres, pero fueron los indios los que más sufrieron.
La región siguió militarizándose cada vez más: en 1880 se realizó la tercera de estas campañas, dirigida por Fontana, secretario de la gobernación del Chaco, y en 1882 la cuarta expedición, al mando de Sola, con la misión de reconocer las costas y territorios adyacentes al río Bermejo. A poco de andar, los 70 hombres que componían esta expedición se perdieron en el monte chaqueño y estuvieron vagando extraviados durante casi cuatro meses, hasta que por azar encontraron la ciudad de Formosa.
Como vemos, el enemigo no era solo el indio, sino que con él colaboraba una naturaleza que expulsaba a los intrusos que no conocían sus secretos.
Sin embargo, los intentos volvieron a sucederse uno tras otro, sin descanso, y entre mayo de 1883 y marzo de 1884 hubo por lo menos diez enfrentamientos que provocaron casi un centenar de muertos entre los indígenas.
La quinta expedición se enfrentó en mayo de 1883 con Juanelrai, máximo cacique de los tobas, en Napalpí, en una batalla donde perdieron la vida gran cantidad de guerreros. La sexta se concentró en la busca de los caciques, estrategia destinada a desmoralizar y debilitar al adversario, como se había hecho en Pampa y Patagonia. Pero las penurias son terribles para los expedicionarios, que pierden permanentemente hombres, mulas y caballos a manos de los indios, las serpientes, el cansancio y el hambre.
La séptima de estas expediciones contribuyó a empujar a las comunidades libres hacia el norte del río Bermejo.

Los escarmientos de Victorica
Las siete expediciones descriptas son el equivalente al plan de desgaste preliminar llevado a cabo en Pampa y Patagonia en 1878, y podríamos señalar otro parecido: la campaña de Roca de 1879 se corresponde en el Chaco con lo sucedido en 1884, cuando el ministro Victorica encabezó una gran ofensiva que, si bien no sometió completamente a las comunidades libres, les infligió daños que serían irreparables: la dispersión de los principales grupos, la muerte de los máximos caciques y la prisión de infinidad de guerreros. La muerte de Juanelrai (a) "el ingles" junto a muchos de sus guerreros inició en el Chaco el fin de los grandes cacicazgos. Muchas comunidades se "presentan" (es decir, se rindieron) con los caciques a la cabeza. Más de 5.000 indígenas fueron sometidos sin combatir.
El gobernador del Chaco, coronel Ignacio Fotheringham apresó al cacique Yaloshi, y lo mandó ahorcar, dejándolo durante días al pie de un corpulento quebracho, "para escarmiento". Lo mismo sucedió con Cambá, uno de los máximos caciques tobas, quien después de un terrible combate fue acuchillado y degollado, y su cabeza quedó expuesta para escarmiento de sus guerreros. El terror se apoderó de los hombres del gran cacique, quienes llevaron durante muchos años, en medio de una dispersión total, el recuerdo del terrible fin de su jefe.

El ocaso de los dueños de los ríos
Pero el exterminio no se detuvo ahí. En 1885, el año siguiente a la campaña de Victorica, murieron 300 indios en distintos enfrentamientos, entre ellos los caciques mocovíes Saignón y Josecito. El cacique toba Emak se hizo fuerte en el río Pilcomayo y lanzó la consigna que rápidamente adoptó el resto de las comunidades libres: "nosotros somos los dueños del río".
La respuesta fue el envío de una fuerza al mando del coronel Gomensoro y un ataque masivo que culminó con la muerte de Emak y casi cien de sus hombres. El desbande fue absoluto y decenas de tobas se arrojaron al río, perdiéndolo todo, porque la toldería desaparecía bajo las llamas del incendio dispuesto por los vencedores.
La campaña de Gomensoro continuó, arrasando por lo menos otras diez tolderías, entre las que estaban las de los caciques tobas Nichogdi y Diansok, que también cayeron en los combates.
En 1899 el jefe de las fuerzas militares del Chaco, general Vintter, lanzó una ofensiva contra los tobas y mocovíes rebeldes, quienes poco antes habían atacado las localidades de Florencia y La Palomita en un intento de impedir la conquista de sus territorios.
Durante el año 1900, los últimos ataques de las fuerzas nacionales contra los indígenas lograron un desbande total. Las comunidades, dispersas, huyeron en todas direcciones abandonando las tolderías.

La consumación del genocidio
En 37 años (1862-1899) murieron en el Chaco cerca de mil indígenas. Pero la caída del bastión chaqueño significó algo más. Fue la consumación del genocidio, iniciado en 1820.
Si recordamos que entre 1821 y 1848 habían sido muertos en Pampa, Patagonia y Chaco un total aproximado de 7.587 indígenas; que para 1862-1899 en el Chaco se sumaron mil muertos más, y que entre 1849 y 1884 perdieron la vida en Pampa y Patagonia otros 3.748, podemos afirmar que entre 1821 y 1899 fueron exterminados en los territorios libres de Pampa, Patagonia y Chaco un total de 12.335 indígenas araucanos, vorogas, ranqueles, tehuelches, pehuenches, mocovíes, abipones y tobas, como fruto de las campañas de aniquilamiento del Estado nacional en su afán por conquistar aquellos territorios.
Estas cifras se refieren sólo a los muertos en combate; no incluyen n los muertos por las epidemias que diezmaron a comunidades enteras.
Hay que tener en cuenta que en este período la población indígena de Pampa y Patagonia era de unos 45.000 habitantes, y otro tanto la de Chaco, lo que da un resultado del 14% de la población suprimida por vía violenta.
Para cerrar este panorama, digamos que si sumáramos los 4.000 guaraníes que murieron durante la insurrección de Artigas y Andresito (1816-1819) y los otros tantos yamanas y onas desaparecidos entre 1880 y 1900, concluimos que durante el siglo XIX, a consecuencia de las operaciones militares (Pampa, Patagonia, Chaco) y campañas colonizadoras (Extremo Sur) emprendidas por el Estado, y las operaciones realizadas por potencias extranjeras (imperio portugués en el Litoral) murieron por vía violenta no menos de 20.000 indígenas.

La situación de las comunidades guaraníes (mbyá y chiriguanos), el litoral y la Mesopotamia
Mientras tanto, los aguerridos guaraníes luchaban por preservar sus derechos. Estaban en los extremos nordeste y noroeste del país, en la provincia de Misiones y el Chaco salteño respectivamente. Allí resistieron unos cuantos miles, entre mbyá y chiriguanos.
En todo el Litoral y Mesopotamia, durante todo el siglo XIX, los grupos originarios, chana timbúes y charrúas, se fueron diluyendo o extinguiendo. En cuanto a los pocos guaraníes sobrevivientes de las Misiones y de las luchas de Andresito, se habían dispersado totalmente.
Pero la tradición no se perdió, porque grupos de origen mbyá (guaraníes), provenientes del Paraguay, penetraron en el territorio misionero a mediados del siglo pasado, reemplazando a las comunidades hermanas casi desaparecidas.
A fin de siglo, estos grupos, también conocidos como kainguá, se mantenían en comunidades libres, practicando su agricultura tradicional. Pero los hombres empezaban a trabajar en los ingenios y plantaciones y en algunos casos se incorporaban al ejército. También apareció un tipo humano desconocido hasta entonces y que empezó a rodearlos: el colonizador extranjero que llegó a Misiones en oleadas sucesivas: polacos, ucranianos, austríacos, franceses, italianos, españoles, suizos, alemanes, belgas, se superpusieron a la población original argentina (criolla y mestiza), paraguaya y brasileña.
Como una débil cuña, grupos dispersos de cazadores caingang se desplazaban por el sector noroeste de la actual provincia de Misiones, buscando un habitat apto para la subsistencia.
Casi en el otro extremo del mapa, los "hermanos" guaraníes del Chaco salteño, los chiriguanos, habían permanecido relativamente aislados de los conflictos regionales. Los chiriguanos, con una población que crece ayudada por las constantes migraciones desde Bolivia, se mantuvieron en sus comunidades con una fuerte continuidad de sus patrones culturales. Pero la expansión de la sociedad nacional hace que desde mediados del siglo XIX sufran la creciente incorporación a la realidad económica del contexto regional, y segundo, la misionalización (incorporación al catolicismo).
En cuanto a lo primero, el desarrollo de la industria azucarera en Salta y Jujuy crea la necesidad de contar con braceros aptos que además de resultar baratos fueran capaces de soportar los rigores de un trabajo durísimo y un clima sofocante. Esos braceros eran los chiriguanos que se trasladaban desde las comunidades hacia / los ingenios, especialmente en la época de las cosechas.
Los franciscanos están instalados en Bolivia desde principios del siglo XVII, y revitalizan su tarea hacia mediados del siglo XIX desde los Colegios de Tarija y el de Misioneros Franciscanos de Salta. Si bien los chiriguanos no recibieron inicialmente de lleno el impacto de la penetración religiosa (las primeras misiones se instalaron preferentemente entre los matacos) de todas maneras se creó en ellos un "terreno apto" para el proceso de evangelización que se llevaría a cabo en este siglo, especialmente desde el Centro Misionero Franciscano en la ciudad de Tartagal.

Extinción en el extremo sur
¿Qué sucedía mientras tanto en el Extremo Sur? ¿Qué pasaba en aquellos parajes olvidados, en lo que hoy es la Tierra del Fuego, donde convivían los onas y los yamanas, desparramados sobre las islas del confín del continente?
Hacia 1880 —fecha de la llegada de los primeros colonos— los onas sumaban de 3.500 a 4.000, y los yamanas otro tanto. De inmediato comenzó el derrumbe. El trabajoso poblamiento conformado durante miles de años fue pulverizado en dos décadas: a principios de este siglo quedaban apenas mil indios. Las causas son muchas. Pero una vez más, en el centro de todas ellas, encontramos el choque con la "civilización blanca".

El martirio de los onas
Los colonos, especialmente los criadores de ovejas (otros fueron los buscadores de oro y los "bolicheros", creadores de almacenes y bares que aprovisionaban a los barcos que pasaban por el sur) necesitaban vaciar el territorio para ocupar el territorio y poner a producir en beneficio propio la tierra. Los colonos se convirtieron en despobladores, y su llegada produjo matanzas, traslados y epidemias que diezmaron a los indios. Los onas quedaron encerrados entre dos fuegos, porque a la penetración colonizadora argentina se agregó la presión chilena que desde Punta Arenas, lo cual provocó la huida de los indígenas hacia el interior y el sur de la isla.
Las enfermedades fueron otro factor de despoblación. Epidemias de sarampión, neumonía, difteria, tisis y gripe, aniquilaron a los onas. Ni siquiera la misión salesiana de Río Grande (fundada en 1893) quedó a salvo de la gripe y la tuberculosis, que hacia fines de siglo mataron por lo menos a doscientos indios.
Igualmente graves fueron los traslados y detenciones. Los onas no resistían al shock producido por el arrebato súbito de su entorno familiar y social, el maltrato y el traslado a lugares insólitos para ellos como comisarías o ferrocarriles. Muchas veces los presos eran niños.
Pero el motivo principal de la casi extinción de los onas fueron las matanzas planificadas por los nuevos dueños de la tierra. Los estancieros contrataban "cazadores de indios", que debían volver de sus "excursiones" con las pruebas de sus éxitos: orejas, testículos, senos o cabezas, piezas que eran cambiadas por libras esterlinas.
En la playa de Spring Hill cerca de quinientos onas murieron cuando comieron una ballena que los "cazadores" habían envenenado. No fue la única masacre. Hubo muchas otras, y aunque algunas fueron denunciadas por los salesianos y hasta por el Congreso Nacional, no se detuvieron.
Los onas también fueron objeto de ultrajes increíbles: en 1899, en la Exposición Universal de Paris fueron expuestos en una jaula nueve de ellos que habían sido "cazados". Un letrero advertía a los visitantes: "Indios Caníbales” (cosa que era falsa).
Los escasos grupos de onas que pudieron resistir se fueron retirando cada vez más al sur, encabezados por el jefe Kauchicol. En 1901 quedaban en la misión salesiana 70 onas y en 1905 la despoblación se había consumado: la nación ona no alcanzaba los 500 individuos.

La desaparición de los yamanas
Desde las costas de Tierra del Fuego y las islas cercanas, los yamanas también fueron víctimas de la colonización blanca desde 1880. En esa fecha alcanzaban, (junto con los alakaluf del lado chileno, un número de siete mil quinientos, casi el doble que los onas. Pero al igual que estos, fueron desapareciendo rápidamente. En 1890, quedaban mil yamanas; hacia 1910 no pasaban del centenar.
Al parecer no hubo matanzas sistemáticas, excepto los "ejercicios de tiro" que realizaban los navegantes europeos contra los isleños al atravesar los canales o con envenenamientos organizados por los loberos, que, al igual que los colonos, necesitaban territorios "limpios" de indios: utlizan los lobos marinos cazados para su venta ya que de ellos se extraía aceite. Lo decisivo fueron las epidemias: sarampión (1884); neumonía y tuberculosis (1886) hicieron que los yamanas murieran por centenares.

LA PATAGONIA TRÁGICA (fragmentos)
José María Borrero. Peña Lillo. Ed. Continente. Bs As. 2005
En las proximidades del río Santa Cruz y explotando una estancia de su propiedad, estancia que para mayor sarcasmo se denomina "El Tehuelche", vive un inglés viejo, muy viejo ya, cuyo nombre no tengo escrúpulo alguno en decirle, porque él mismo, con la mayor naturalidad y como "chiste" especial refiere en algunas ocasiones, principalmente cuando está "tomado", los hechos de que me hago eco; se llama mister Bond.
Míster Bond cuenta, en ocasiones con orgullo y siempre como "chiste" especial, que él personalmente fue "cazador de indios" y que por "méritos" propios ascendió a capitán de una cuadrilla de cazadores. Que al principio les pagaban a él y a sus compañeros de "faena" una libra esterlina por cada "par de orejas" de indio que entregaban. Que como entre los cazadores había algunos demasiado blandos de corazón, que a veces se conformaban con cortar las orejas a sus víctimas sin matarlas, y como los "patrones" se apercibieran de la trampa por haber visto algunos indios desorejados, se cambió el sistema y desde entonces no se pagaba la libra esterlina, sino a cambio de la cabeza, los testículos, los senos o algún otro órgano vital de eso que constituía la "gran caza" de la Patagonia. Esto lo cuenta míster Bond en ocasiones como un chiste y siempre con la mayor naturalidad; y cuente que en el Territorio de Santa Cruz y en el de Tierra del Fuego hay todavía muchos "míster Bond", alguno de los cuales ha llegado a ser nada menos que socio del "Jockey Club", de Buenos Aires." En cierta ocasión y en un punto de Tierra del Fuego, que se denomina "Spring Hill", quedó varada una ballena. No se sabe si la marea la arrastró o si fue llevada de propósito. Lo cierto del caso es que fue vista primero por los perseguidores de indios y manipulada por ellos con toda clase de venenos.
Descubierta la ballena por varias tribus de onas, y golosos como son éstos de la grasa del cetáceo, se dieron el gran banquete y allí quedó el tendal de muertos, como si se hubiera librado una gran batalla; se calculan en unos quinientos o más; fue un día de "caza máxima".
¿Le parece mentira? -añadió sarcásticamente el anciano-; pues vaya, si quiere convencerse, a ver a los reverendos padres salesianos, únicos defensores de los infelices indígenas, y si llega a inspirarles confianza, no faltará alguno de entre ellos que le proporcionará el dato con mayores detalles todavía.
En otra oportunidad y también en Tierra del Fuego, en el paraje denominado "Punta María", una cuadrilla de cazadores, compuesta de tres austríacos y un italiano, sorprendió a una familia ona, eran veinticinco personas, entre hombres, mujeres y niños, que al ver a sus perseguidores y presuntos verdugos huyeron, pudiendo refugiarse en una infractuosidad del terreno, que parecía un reducto inexpugnable. Desde allí y a golpes de flecha, arma débil y casi inútil ante las carabinas de precisión que sus perseguidores esgrimían, se defendieron por espacio de veinticuatro horas hasta que éstos se retiraron desapareciendo.
Era una estratagema de guerra. Acosados por el hambre y empujados por la sed, salieron de su refugio los pobres indios y ganándoles los otros sorpresivamente la retaguardia, empezaron a cazarlos "a ojeo", no terminando su bestial labor hasta dar fin de casi todos ellos.
-¿Tampoco lo cree? -dijo el anciano-; pues vea: escondidos tras unas matas y pegados a la tierra, con la cual se confundía el color de sus cuerpecitos desnudos, se salvaron de la matanza algunos niños, que hoy son hombres y que se refugiaron después de penalidades sin cuento en la misión salesiana, donde relataron este horror y donde todavía quizás se encuentran; vaya a preguntarles a ellos.
Por lo demás, estas atrocidades se cometían con tan cínico desparpajo, que esos mismos abnegados misioneros salesianos, cuya obscura y maravillosa obra de civilización no acabará nunca de admirar y agradecer la Humanidad, pudieron sorprender a una "cuadrilla" de cazadores de indios, tal vez la misma a que se refiere el episodio anterior, retratarla con una cámara fotográfica en actitud de acecho y caza y con el cadáver de un indio al pie.
El fundador de las estancias de José Menéndez, en Tierra del Fuego, era un inglés llamado Mac Klenan, a quien se conocía más por el sobrenombre de "Chancho Colorado".
Hombre de alma atravesada y de perversos instintos, resultaba "Chancho Colorado" el tipo ideal para fundar estancias en aquellas épocas, en que el primer trabajo a realizar -trabajo de "roturación"- era la destrucción y exterminio de los indios, como para formar una "chacra" se extirpan y destruyen previamente árboles, raíces y malas hierbas.
Sobrealimentado con whisky, del que se le enviaban verdaderos cargamentos para sostenerlo siempre en el mismo estado de inconsciencia criminal, y secundado por unos cuantos "tipos" de su misma calaña sabiamente seleccionados por el "patrón" como para que respondieran a las condiciones del "jefe", realizó la brillante labor que sus amos y señores pudieran apetecer.
El fue quien organizó el trágico banquete de Cabo Domingo, cuyos horrosos detalles erizan el cabello y espantan el ánimo del hombre mejor templado.
No resultándole a "Chancho Colorado" bastante rápida ni productiva la caza de indios a ojeo -caza individual, llamémosla así- resolvió hacerla con reclamo y en bandadas.
A este fin y valiéndose de diversos astutos emisarios, que suavemente se introducían en las "tolderías" de los indios, siempre mansos y confiados, les prometió cesar en la persecución sangrienta que tenía iniciada, ofreciéndoles al mismo tiempo una paz duradera en condiciones, al parecer, ventajosas. El los proveería de "guanacos blancos" {así llamaban los indios a las ovejas), en cantidad suficiente para que pudieran comer, a condición de que verificaran sus correrías en pos de los verdaderos guanacos, que constituían la base de su alimentación, más al Sur, sin penetrar en las tierras por él ocupadas y sin perturbar, en consecuencia, la vida de las majadas en los campos en que pastaban.
Aceptaron alborozados los onas esta proposición y para sellar el convenio organizó "Chancho Colorado" una fiesta pantagruélica, que para los infelices indios debió vestir caracteres de verdadero banquete de Lúculo, cuyo final espantoso no podría concebir la mas calenturienta imaginación.
En la playa de Santo Domingo, situada en la parte oriental de Tierra del Fuego, astutamente escogida para los protervos fines que se perseguían, por estar dominada del lado de tierra por una cadena de cerros y montículos que la rodean, asáronse vaquillonas, novillos, ovejas y corderos en cantidad asombrosa. Abriéronse también innumerables cajones de whisky, ron, aguardiente y toda clase de licores fuertes y comenzó el fabuloso festín. Después de algunas horas de comer y beber sin tregua, encontráronse los cuatrocientos o quinientos indios, que entre hombres, mujeres y niños habían concurrido a la "fiesta", ahitos, cansados, hartos y borrachos, sobre todo borrachos, hasta no poder tenerse en pie.
Había llegado el momento propicio, la ocasión tan solícitamente buscada; en ese mismo instante comenzó y con toda rapidez se verificó la espantosa carnicería tan diabólicamente concebida. Apostados Mac Klenan (a) "Chancho Colorado" y diez o doce de sus satélites en los cerros y montículos cercanos, a que antes me he referido, abrieron fuego continuo y graneado con sus armas de repetición sobre aquel montón de seres indefensos y embrutecidos hasta el extremo de no poder experimentar un movimiento de reacción y defensa. Sólo el instinto de conservación hizo huir a unos cuantos, los menos, calculándose que sobre el terreno quedó más del setenta por ciento de los concurrentes.
Cuéntase, como dato espeluznante, que las pobres indias borrachas levantaban instintivamente sobre sus cabezas a los niños de pecho, implorando compasión con este trágico y conmovedor gesto; ni aun así la obtuvieron y la matanza continuó hasta que en la playa no quedaba sino un informe montón de cadáveres.
-¿Leyenda? -dirán muchos-; ¿cuento? ¿calumnia? -Tal vez; pero si de poco tiempo a esta parte no han sido enterrados, ahí están, en Cabo Domingo, formando un verdadero hacinamiento los huesos "pelados" de las víctimas; ahí están centenares de personas, que habiendo vivido en Tierra del Fuego hacen "con pelos y señales" esta macabra relación de hechos, que se trasmite de unos a otros como símbolo de desolación.

Disolución cultural en el Noroeste
Mestizos y collas
El fin de la resistencia indígena del Noroeste durante el (siglo XVIII) tuvo dos consecuencias principales; en primer lugar, el mestizaje hispano-indígena; en segundo, la aparición de una nueva etnia, los collas, síntesis de diaguitas y omaguacas, atacamas y grupos de origen quechua y aymara procedentes de Bolivia.
Los collas pertenecen a la forma tradicional de vida andina, con elementos culturales como la economía pastoril de altura; el cultivo de papa y maíz; la recolección de algarroba y sal; la construcción de viviendas; la medicina tradicional y las técnicas de adivinación; los instrumentos musicales como erques, quenas, y cajas; el culto a la madre tierra e innumerables creencias, rituales (rutichico, corte de pelo como ritual de pasaje) y prácticas sociales (el sirvinacuy, matrimonio de prueba). Las antiguas creencias se fundieron con el cristianismo, en una nueva forma que ha sido llamada "religiosidad popular".
El proceso particular que sufrió el Noroeste hace que esta cultura colla no sea estrictamente indígena sino mestiza, lo que nos permite de todas maneras ubicarla en el campo aborigen, por su historia cultural y por su participación en el contexto, regional y nacional, de pobreza y marginalidad.

Rebelión y dispersión en la Puna (1874-75)
Durante el siglo XIX el Noroeste también fue escenario de la lucha por la tierra. Los flamantes estados provinciales procuraron apoderarse de las posesiones indígenas que en muchos casos estaban en situaciones legales confusas desde la época colonial. El problema era que en muchas de esas tierras vivían comunidades enteras.
En 1872 el gobierno de Jujuy aceptó el reclamo de un grupo de indígenas y declaró fiscales a tierras de Casabindo y Cochinoca que hasta ese entonces estaban en poder de los terratenientes Campero. Esta victoria legal sumada al triunfo de la insurrección de medio millón de indios en Bolivia que recuperaron sus tierras en 1871, alentó esperanzas en las comunidades puneñas.
Pero fueron esperanzas fugaces, porque el gobernador Sánchez de Bustamante, amigo de los indígenas fue derrocado por los intereses terratenientes. Se inició la resistencia indígena, y la correspondiente represión. El líder Anastasio Inca fue ejecutado, los otros cabecillas fueron detenidos y las comunidades dispersadas.
A fines de 1874, alrededor de mil doscientos indígenas tomaron las ciudades de Yavi, Santa Catalina, Rinconada y Cochinota (bien al norte en Jujuy). En Quera, un paraje vecino a Cochinoca, el 4 de enero de 1875 ambos bandos libraron una fiera batalla en la que los indígenas terminaron derrotados: doscientos guerreros fueron muertos y otros tantos quedaron prisioneros. La dispersión indígena fue total: los departamentos rebeldes fueron ocupados por el ejército, las autoridades repuestas en sus cargos, y muchos de los rebeldes ejecutados.

El territorio del Estado Nacional se consolida
La política de expansión de las fronteras internas frente al indígena se complementó con la política de fijación de límites con los estados vecinos.
La campaña del general Roca al río Negro y las expediciones complementarias, al igual que el tratado de límites, firmado con Paraguay en 1876, y el tratado de límites con Chile, en 1881, fueron fundamentales para la conformación definitiva del mapa de la República.
A las catorce provincias argentinas se sumaron:
1. La gobernación del Chaco, creada por Sarmiento en 1872, donde, iniciado el proceso de colonización se fundaron Resistencia (1878) y Formosa (1879). En el período siguiente se emprenderá la incorporación definitiva de la región.
2. La gobernación de la Patagonia, creada por Avellaneda en 1878 para afirmar la soberanía argentina frente a las pretensiones chilenas, contaba con una subdelegación en la colonia Chubut y otra en Río Santa Cruz.

Composición étnica de Argentina a fines del siglo XIX
Ahí vienen los inmigrantes
Hasta mediados del siglo XIX la conformación humana y cultural de la sociedad argentina es hispano-indígena. En las regiones Noroeste y Litoral el mestizaje fue intenso durante toda la etapa colonial y la posterior de la independencia. Este componente mestizo se sumaba a los sectores "blancos", criollos, a los que hay que agregar las comunidades indígenas libres, los negros y los herederos de las "castas" (mulatos y pardos o zambos).
Pero desde esa fecha interviene un nuevo componente; la inmigración europea. Es la segunda matriz cultural.
Hacia fines del siglo XIX, sobre un total de algo más de cuatro millones de habitantes que tiene el país, los nativos —criollos y mestizos— alcanzan un 75% mientras que los extranjeros llegan al 20%. El porcentaje, restante, cerca de un 5% corresponde a los indígenas. Los negros, por su parte, virtualmente han desaparecido: las muertes por centenares en las luchas por la Independencia; los enfrentamientos intestinos durante todo el siglo y la guerra contra el Paraguay, las migraciones a otros países, la mestización y las pestes acabaron con este componente.

Las culturas indígenas: cuadro de situación
Los estudios más recientes, como el de Guillermo Magrassi (1982) calculan para el territorio argentino una población indígena de entre 800.000 y 1.300.000 en el momento de la Conquista. El proceso de despoblación se inició de inmediato, y avanzó sin pausas durante cuatrocientos años. Llegó a su punto culminante a fines del siglo XIX: en 1895 no había más que 180.000 (4,3% del total del país).
El cuadro de situación de las culturas indígenas a fines del siglo XIX presenta muchas diferencias con el panorama de cien años antes: para empezar, ya no existían culturas libres, a excepción de dos "manchones" en el Chaco salteño (chiriguanos) y en la actual provincia de Misiones (mbyá) que de todas maneras ya sufrían el "cerco" de la sociedad nacional en expansión; por lo menos cinco culturas se habían extinguido: tonocotés, lule-vilelas, comechingones, sanavirones y chaná-timbués; otras siete se encontraban en vías de extinción acelerada: yamanas, onas, pehuenches, huarpes, diaguitas, omaguacas y atacamas. Las restantes culturas habían sido sometidas y se encuentran en vías de confinamiento (arrinconamiento y encierro)y/o "incorporación".
Las comunidades originarias, poco antes dueñas de inmensas extensiones, se habían convertido en minorías de un país que seguía sin entenderlas y sin considerarlas parte de él.

LA CONQUISTA DEL DESIERTO DESDE LA PERSPECTIVA DEL INDIO
Buenos caciques, hermanos y guerreros: El huinca [blanco] pillo y ladrón una vez más nos amenaza con traernos la guerra para apoderarse de nuestras mapu [tierras] y nuestro cullín [hacienda]. Si nos quita lo que más queremos, ¿adonde iremos a parar? ¿Cómo podremos vivir? ¿Hasta cuándo nos hemos de aguantar la insolencia del intruso que se ampara en sus tralcas y nos mata sin piedad? ¿No tienen ellos un dios como lo tenemos nosotros que les ilumine el pensamiento y les haga comprender la injusticia que cometen? ¿No somos acaso hombres como ellos? ¿No tenemos familia, mujeres, niños y ancianos que no pueden defenderse y han de sufrir la guerra que nos hacen? Nuestra suerte se vuelve cada día más adversa. El humea al parecer no quiere trato con nosotros. ¿Acaso los pehuenches tenemos la culpa de que los huiliches, salineros y ranquilches les hagan malones? ¿Hemos hecho los puelches últimamente algún malón a las ciudades huincas?
¿No nos hemos dedicado a trabajar criando nuestras ovejas y vacas, boleando nuestros avestruces y guanacos para vivir sin exigir del huinca, como hacen aquellos paisanos, ninguna clase de ayuda? Entonces, ¿por qué el huinca nos quiere exteminar?
Pero ya se comprende su intención. Quiere robarnos nuestras tierras para hacer pueblos y obligarlos a trabajar en su provecho. Quiere privarnos de nuestra libertad; quiere acorralarnos contra la cordillera y echarnos de nuestros campos, donde nacieron nuestros padres, nuestros hijos y deben nacer nuestros nietos.
Discurso del gran cacique pehuenche Purrán en el parlamento de guerra realizado en el llano de Ranquilón en abril de 1879. En Ricardo Álvarez, El ocaso de Purrán; citado por Curruhuinca-Roux, Las matanzas del Neuquen. Crónicas mapuches.

Amutuy soledad (loncomeo)
Ahí están festejando, la conquista de ayer. Con mi propia bandera, me robaron la fe.
Los del Remington antes, y sus leyes después. Pisotearon mis credos, y mi forma de ser.
Me impusieron cultura, y este idioma también. Lo que no me impusieron, fue el color de la piel.

Amutuy, soledad. Que mi hermano, me arrincona sin piedad.
Vamonos que el alambrey el fiscal pueden mas. Amutuy sin mendigar.

Ahí están festejando los del sable y la cruz, como me despojaron sin ninguna razón, sometiendo a mi raza
en el nombre de Dios.

¿Con qué ley me juzgaron? ¿Por culpable de qué? De ser libre en mi tierra, o ser indio tal vez.
¿Qué conquista festejan? Que no puedo entender.

Amutuy significa “vamonos” en idioma mapuche.

La acción de la Iglesia
En su acción con las comunidades indígenas, la Iglesia ha desempeñado tres roles que muchas veces se superpusieron:
1) protectora de los indígenas;
2) intermediaria entre los indígenas y el poder político (como por ejemplo en las gestiones para el canje de cautivos);
3) realizadora de las estrategias ordenadas por el poder político; esta postura la llevó muchas veces a contribuir a la desintegración de las culturas autóctonas, por ejemplo al anular autoritariamente las costumbres tradicionales, e imponer una religiosidad extraña.
La Iglesia terminó casi siempre obedeciendo las políticas del Estado, y en pocas circunstancias mantuvo una postura independiente que le hubiera permitido actuar con mayor libertad y con mayor beneficio para los aborígenes.

Primeros pasos
Durante la Conquista ingresaron muchos misioneros en nuestro territorio para evangelizar a los indios. Los más organizados fueron los jesuítas, que realizaron su tarea entre 1600 y 1768. Su actividad más conocida fue entre los guaraníes, pero también trabajaron en otras regiones: en la provincia de Buenos Aires y mucho más al sur, en el lago Nahuel Huapi, donde el padre Nicolás Mascardi emprendió cuatro expediciones de reconocimiento, y terminó explorando gran parte de la Patagonia. En 1674 murió a manos de un grupo de tehuelches que se resistieron al mensaje de conversión.
Producida la Independencia y después de algunos reacomodamientos, la Iglesia continuó su labor. En 1874 había cuatro misiones entre los ranqueles "paccíficos": Villa Mercedes, Sarmiento, Villa Real y Lincuén, con cerca de mil pobladores en total.

Monseñor Aneiros y los "ladrones del Paraíso"
Aneiros, segundo arzobispo de Buenos Aires a partir de 1873, cumplió una obra intensa con los indígenas. Era partidario de una política autónoma de la Iglesia, separada del gobierno nacional.
Entre 1873 y 1879 fundó centros de acción misionera que en muchos casos sirvieron para conocer y valorar a los indios. Los mismos misioneros reconocieron las virtudes de la vida indígena.
En enero de 1874 se fundó la misión del Azul, con la aceptación del cacique Cipriano Catriel, aunque poco después su sucesor Juan José la hizo desaparecer.
Aneiros quería llevar el mensaje evangelizador "por lo más al interior del desierto" y para ello envía al misionero Jorge Salvaire a Salinas Grandes. A fines de 1875 Namuncurá recibió a Salvaire y durante cinco días sostuvieron un "gran parlamento", aunque sin mayor éxito.
En 1876 el padre Savino se instaló en los campos del cacique Coliqueo, dando origen a una misión y al pueblo de Los Toldos, que hoy sigue existiendo.
Durante esos años, la misión instalada desde hacía ya mucho tiempo en Carmen de Patagones (1780) cobró nuevo impulso con un plan de educación que incluía un colegio para mujeres indias que podían egresar como maestras para su gente.
Esta línea de acción de la Iglesia era positiva y podría haber dado buenos resultados. Pero la "Conquista del Desierto" le puso fin. El ejército desalojó a los misioneros, cuya única función en adelante fue asistir a prisioneros enfermos o bautizar a los moribundos. En 1879 había 700 indios prisioneros sólo en la isla Martín García y hacia allí dirigió Aneiros sus esfuerzos, enviando misioneros para la ayuda de esos hombres, mujeres y niños destruidos por la fiebre y por haber perdido todo. La viruela sobre todo hacía estragos. Los misioneros y las Hermanas de la Caridad, con ayuda de enfermeros indios, lograron salvar muchas vidas.
Fue por ese entonces que el padre Birot acuñó la frase "ladrones del paraíso" refiriéndose a los indios, quienes eran convertidos en unos pocos días y se "robaban" el cielo (es decir, lo obtenían a muy bajo costo). También se bautizaron algunos caciques en Buenos Aires —Juan José y Marcelino Catriel, Juan Melideo, Cañumil y Faustino Huanchiaquil— con ceremonias especiales como la realizada en 1879.